Las escrituras, las políticas y la unidad

Randy Roberts, DMin, LMFT

Pastor, Loma Linda University Church

Estoy ante ustedes como un dedicado miembro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de toda la vida, una iglesia a la que amo profundamente. Creo que mi iglesia ha recibido una misión inspirada por la divinidad. Continúa siendo mi esperanza y oración el que siga hacia delante inspirada por el Espíritu para participar en el mundo en el que vivimos y ministramos. Es mi intención hacer cualquier cosa, dentro del poder que Dios me ha conferido, para apoyar el cumplimiento de lo que Dios nos ha llamado a hacer.

Han venido en esta mañana para dar un voto histórico —para aprobar la ordenación de ministros sin tener en consideración su sexo.

Conforme he escuchado y leído acerca de este debate, encuentro tres objeciones que se presentan repetidamente. Esas objeciones son:

  1. Que es contrario a las Escrituras;
  2. Que es contrario a las políticas de la Conferencia General; y,
  3. Que proceder en esta dirección va a fragmentar a la iglesia.

Agradezco sinceramente la oportunidad que se me ha dado de ofrecer, en nombre del comité ejecutivo de la unión, una respuesta a cada una de esas objeciones.

Primera objeción. Ordenar a mujeres sería hacer algo contrario a las Escrituras. Para empezar, quiero aclarar algo: No hay NINGÚN texto en la Biblia que prohíba la ordenación de las mujeres. Ninguno. Ni uno solo. Por supuesto, hay textos que, si se leen literalmente, sin prestar atención al contexto, principio e interpretación, prohíben que las mujeres hagan una cantidad de cosas y las instruyen a hacer una cantidad de otras. Por ejemplo, si tales textos fuesen tomados en un literalismo radical, las mujeres no podrían decir cosa alguna en la iglesia; tendrían que cubrirse la cabeza cuando oran; se les prohibiría que tuviesen algún tipo de autoridad sobre los hombres, como ser presidentes de hospitales o universidades cristianas; y tendrían que dar a luz hijos para poder participar en el proceso de salvación (ver 1 Timoteo 2 y 2 Corintios 11). Ni siquiera los más acérrimos literalistas entre nosotros se atreverían a decir que esa es la voluntad de Dios para las mujeres que amamos y valoramos como socias en plenitud e igualdad en el reino de Dios.

¿Qué, entonces, es lo que la Biblia dice acerca de las mujeres y el liderazgo? La Biblia nos presenta a mujeres que fungieron cada papel imaginable. Hulda fue una profeta. Débora fue juez y líder. Rut fue una astuta y leal progenitora de David y de Jesús. Ester fue una reina que llevó salvación a su pueblo. María fue la madre de nuestro Señor. Muchas mujeres, cuyos nombres mayormente no son mencionados, fueron fieles y valientes discípulos de Jesús. Priscila ministró en equipo con su esposo. Interesantemente, debido a la forma como la Biblia se refiere a tales cosas, cuando Pablo habla del ministerio de esa pareja, consistentemente menciona a Priscila primero. Febe fue diácono en la iglesia de Cencrea. Y Junia fue identificada por Pablo como un apóstol importante. Las mujeres cumplieron con cada papel de liderazgo que uno se pueda imaginar.

Pero, aparte de esos ejemplos, ¿hay algún principio bíblico que nos pueda guiar en nuestra tarea? La respuesta es positiva. Hay un versículo. Sin lugar a dudas, el pasaje más importante que Pablo haya escrito al respecto se encuentra en Gálatas 3:28: «Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer, sino que todos ustedes son uno en Cristo Jesús» (RVC).

Un entrañable y respetado amigo me señaló lo siguiente de este pasaje: hace a un lado tres elementos claves. Primero, Pablo dice: «No hay judío ni griego». Ese era un punto importante para la iglesia primitiva —¿pueden los gentiles ser miembros sin hacerse judíos? Después de acalorado debate, disensión, pleitos y, hay que admitirlo, derrame de sangre, la iglesia resolvió ese punto diciendo sí, pueden ser miembros sin tener que hacerse judíos. No hay que equivocarse —si no hubiesen resuelto el asunto de esa manera tú y yo no estaríamos hoy aquí. El cristianismo hubiese estado sentenciado a ser una secta inerte del judaísmo.

Segundo, Pablo dice: «No hay esclavo ni libre». Para nuestra eterna vergüenza, le tomó al mundo civilizado 1800 años para hacer que ese principio se materializara. Hace unos veinte años atrás una de las denominaciones cristianas más grandes del mundo pidió perdón, al fin, por su apoyo a la esclavitud. Un paso no muy digno, para entonces.

Tercero, Pablo dice: «No hay varón ni mujer». En el siglo XXI estamos todavía tratando de descifrar qué quiso decir con eso.

Hay quienes dicen que este pasaje solamente describe la forma como Dios nos considera; que no se refiere al tema de cómo nos consideramos unos a otros. Dicen que se refiere solamente a nuestra recompensa en Cristo; que no está sugiriendo que deberían de ser erradicadas las distinciones que con frecuencia nos separan como humanos. Para parafrasear ese enfoque, uno podría ponerlo de esta manera: Dios no hace distinción entre sus hijos varones o mujeres pero, a la vez que él no hace distinciones, nos pide que las hagamos. Ante esa actitud yo diría: Ver distinciones donde Dios no las ve es una indignante afrenta al evangelio de Jesucristo.

Después de todo, ¿en qué otro aspecto de nuestro caminar con Jesús no se nos permite seguir su ejemplo? ¿No deberíamos de procurar tratar a los demás de la misma forma como Dios nos trata? ¿No es apegado a la esencia del evangelio, por ejemplo, decir que cuando Dios ama a quienes no tienen atractivo alguno deberíamos de hacer lo mismo? ¿No dice el evangelio «perdónense unos a otros, así como también Dios los perdonó»? (Ver Efesios 4:32). ¿No se nos pide «sean bondadosos y misericordiosos» como Cristo lo ha sido con nosotros? (Ver Efesios 4:32). ¿No contó Jesús la historia del hombre a quien se le había perdonado una cantidad exorbitante solamente para rehusarse a perdonar una deuda muy inferior? ¿No juzgó su amo a ese hombre por sus acciones? (Ver Mateo 18).

En otras palabras, la manera como Dios tanto nos ve y nos trata es el modelo y el estándar por el cual deberíamos de ver y tratar a los demás. Ese pensamiento aparece repetidamente en el Nuevo Testamento. Gálatas 3:28, entonces, no solamente señala que Dios nos ve como iguales ante sus ojos y que no hace ninguna distinción en relación a quienes ha da llamar; es también una zona de impacto ética en relación a la forma como nos hemos de tratar unos a otros.

La segunda objeción es que votar a la propuesta ante nosotros sería ir en contra de las políticas de la Conferencia General. Al ofrecer una respuesta a esa objeción, permítanme empezar no con las políticas, sino con una realidad mucho más importante y fundamental: nuestra doctrina. La doctrina Adventista del Séptimo Día.

Cito directamente de la Creencia Fundamental #14, parte de las 28 Creencias Fundamentales de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, votadas por la iglesia en una sesión oficial de la Conferencia General. Se titula «Unidad en el cuerpo de Cristo». Cito esa creencia fundamental en su totalidad.

La iglesia es un cuerpo constituido por muchos miembros que proceden de toda nación, raza, lengua y pueblo. En Cristo somos una nueva creación; las diferencias de raza, cultura, educación y nacionalidad, entre encumbrados y humildes, ricos y pobres, hombres y mujeres, no deben causar divisiones entre nosotros. Todos somos iguales en Cristo, quien por un mismo Espíritu nos ha unido en comunión con él y los unos con los otros. Debemos servir y ser servidos sin parcialidad ni reservas. Por medio de la revelación de Jesucristo en las Escrituras participamos de la misma fe y la misma esperanza, y damos a todos el mismo testimonio. Esta unidad tiene sus orígenes en la unicidad del Dios trino, que nos ha adoptado [a todos, yo añadiría] como sus hijos (énfasis añadido).

Tengan presente que esas no son mis palabras, sino las palabras de una creencia fundamental votada por la iglesia adventista mundial en una sesión de la Conferencia General.

Eso es doctrina. Ahora, en cuanto a las políticas, del General Conference Policy Book [Libro de políticas de la Conferencia General], la política número BA 60, dice lo siguiente:

La Iglesia rechaza cualquier sistema o filosofía que discrimine contra cualquiera en la base de raza, color o sexo. La iglesia basa su posición en principios enunciados claramente en la Biblia, los escritos de Elena White y los dictámenes oficiales de la Conferencia General.

Prosigue después a citar Gálatas 3:28: «Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer, sino que todos ustedes son uno en Cristo Jesús».

Cita después a Elena White: «Dios no reconoce ninguna distinción por causa de la nacionalidad, la raza o la casta. Es el Hacedor de toda la humanidad. Todos los hombres son una familia por la creación, y todos son uno por la redención. Cristo vino para demoler todo muro de separación, para abrir todo departamento del templo, para que cada alma pudiese tener libre acceso a Dios… En Cristo no hay ni judío ni griego, ni esclavo ni libre. Todos son atraídos por su preciosa sangre» (Palabras de vida del Gran Maestro, pág. 319).

Continúo leyendo de la política: «Las oportunidades de empleo, membresía en comités y juntas y la nominación a un puesto no deben estar limitadas a raza o color. Esas oportunidades tampoco deben de ser limitadas por el sexo…».

Viene ahora una línea que pueden ayudar a corregir hoy… Excepto quienes requieran ordenación al ministerio del evangelio…*

*Esta cláusula de excepción y las otras declaraciones no deben ser usadas para representar indebidamente la acción tomada hoy por la Iglesia mundial autorizando la ordenación de mujeres como ancianos de iglesia en las divisiones en las que los comités ejecutivos de la división han dado su aprobación.

Ese último punto es de lo más raro porque la política en general está encaminada en la dirección de nuestra creencia fundamental, hasta su última parte. Esta política de la Conferencia General se presenta a favor de la igualdad, excepto por este punto. puedes ayudar hoy a que ese proceso de cambio continúe. Es raro también porque no hay, de hecho, una política de la Conferencia General negando la ordenación a las mujeres.

¿Es el votar Sí, hoy, ir en contra de la política de la Conferencia General? No. En realidad estaría en completa armonía con la doctrina Adventista del Séptimo Día estudiada y votada, lo mismo que con el espíritu general de las políticas de la Conferencia General.

Finalmente, la tercera objeción: Votar Sí, hoy, fragmentará a la iglesia. ¿Va a fragmentar a la iglesia? En una palabra, no. Quizás la mejor manera de plantear la pregunta es: ¿Permite la unidad una variedad de convicciones y prácticas en diferentes partes del mundo sin fragmentar a la iglesia? En una palabra, absolutamente. De hecho, esa es la realidad.

Como ejemplo, consideremos lo que la iglesia ha votado ya en relación a por lo menos cinco políticas que no son seguidas en todas las partes del mundo:

  1. La política de que las diaconisas deberían de ser ordenadas
  2. La política de que las mujeres pueden fungir como anciano
  3. La política de que las mujeres ancianos pueden ser ordenadas
  4. La política de que las mujeres pueden ser pastores
  5. La política de que las mujeres pastores deberían de ser comisionadas y pueden llevar a cabo prácticamente todas las funciones de los pastores varones.

A la vez que esas políticas no han sido seguidas en todo el orbe, (de hecho, ni siquiera en la Unión del Pacifico), no han fragmentado ni fortalecido la unidad de la iglesia porque la unidad se basa en algo más profundo que asegurarse de que todos sigan las mismas prácticas en todas partes.

Los cristianos de  Éfeso estaban terriblemente divididos en varios puntos. Pablo les dijo que, en la Cruz, Jesús destruyó la barrera, la muralla de hostilidad y, al hacer eso, nos hizo uno (ver Efesios 2:14). Pablo provee una lista de realidades que habrían de ser la base de esa unidad. La lista es increíblemente corta. Escuchen sus palabras:

Procuren mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Así como ustedes fueron llamados a una sola esperanza, hay también un cuerpo y un Espíritu, un Señor, una fe, un bautismo, y un Dios y Padre de todos, el cual está por encima de todos, actúa por medio de todos, y está en todos (Efesios 4:3-6, RVC).

Pablo enumera siete bases para la unidad: un cuerpo, un Espíritu, una esperanza, un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos. Sorprendentemente corta, ¿no es cierto? También es sorprendente lo que no aparece en la lista. Dice tanto por lo que no incluye como por lo que incluye.

No dice que deben estar de acuerdo en relación a la circuncisión. No dice que debe de haber unanimidad en cuanto a las comidas ofrecidas a ídolos. Ni siquiera dice que debe de haber unanimidad sobre el tema de cómo lidiar con los festivales judíos, aunque tenía mucho que decir acerca de cada uno de esos temas.

Al contrario, nos provee una lista que es trinitaria: Un Padre, un Señor, un Espíritu. Su lista incluye cómo recibimos la salvación y vivimos la vida cristiana: Una fe. Incluye cómo venimos a la iglesia: Un bautismo. Incluye el contexto en el cual vivimos la vida cristiana y maduramos como creyentes: Un cuerpo. Incluye el destino final hacia el cual se dirige la iglesia: Una esperanza. Simple. Sucinto. Indiscutible. Pero da cabida a diferencias en relación a convicciones de muchos otros aspectos de la nuestra vida y nuestras prácticas.

Cometemos un error muy grande cuando confundimos dos términos: Unidad y uniformidad. Unidad significa que nuestros corazones están unidos aunque nuestras funciones, nuestros dones y nuestros pensamientos y perspectivas difieran. Uniformidad significa que todos debemos caminar al unísono en pensamiento, creencia, comportamiento y votar de esa manera precisamente. Como terapeuta familiar les puedo decir que una de las formas más rápidas de fragmentar una familia es requiriendo que todos sus miembros vivan en uniformidad.

En cuanto a las diferencias entre la gente y cómo el evangelio se relaciona a eso, Pablo usó palabras muy directas. Después de presentar sus derechos como apóstol menciona:

Porque, aunque soy libre y no dependo de nadie, me he hecho esclavo de todos para ganar al mayor número posible. Entre los judíos me comporto como judío, para ganar a los judíos; y, aunque no estoy sujeto a la ley, entre los que están sujetos a la ley me comporto como si estuviera sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley. Entre los que no tienen ley, me comporto como si no tuviera ley, para ganar a los que no tienen ley (aun cuando no estoy libre de la ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo). Entre los débiles me comporto como débil, para ganar a los débiles; me comporto como todos ante todos, para que de todos pueda yo salvar a algunos. Y esto lo hago por causa del evangelio, para ser copartícipe de él (1 Corintios 9:12-23, RVC).

El evangelio es la prioridad fundamental, dice Pablo, y todo lo demás se somete a eso. Así que estoy dispuesto a ser flexible dadas las circunstancias en las que trabajo para que el evangelio sea escuchado.

Si Pablo estuviese escribiendo hoy, podría decir: «Si estoy en el Sur de California, trabajo en el contexto de lo que pasa ahí. Si voy a África, voy a adaptarme a las prácticas de ese mundo. Si trabajo en la China, voy a respetar y armonizar con las costumbres de los chinos. Si predico el evangelio en Sudamérica, lo voy a hacer de tal manera que no perturbe a quienes viven ahí».

En otras palabras, Pablo pide unidad de corazón en relación a las realidades centrales de la fe cristiana a la vez que permite y hasta anima prácticas divergentes si permiten que el evangelio sea escuchado.

¿Qué significa eso? Significa que si nuestra prioridad es que el evangelio sea escuchado, debemos de respetar el contexto en el que trabajamos, ser cuidadosos de no ofender innecesariamente. Por lo tanto, a la vez que respetamos la conciencia de quienes consideran la ordenación de las mujeres de una forma diferente que nosotros debido a su contexto y, mientras no tratamos de forzarlos a que sientan lo mismo que nosotros, también —reconociendo nuestro muy distinto contexto— tomamos las palabras de Pablo, quien dijo me comporto como todos ante todos, para que de todos pueda salvar a alguno, reconociendo que decir a las mujeres que evidentemente han sido llamadas por el Espíritu que no pueden recibir la afirmación de la iglesia, dañará en gran manera a nuestra causa en esta parte del mundo.

«“Pero”, ha sido la apelación, “debemos esperar hasta que estamos todos unidos en este tema de la ordenación de las mujeres antes de proceder. Eso”, se nos dice, “es lo que unidad significa”».

Esa no es la unidad de la que hablan las Escrituras. Ni siquiera es la unidad de la que escribe Elena White. Escuchen las palabras de su pluma en relación al tema de unidad e igualdad:

Todos los que sean hallados dignos de ser contados como miembros de la familia de Dios en el cielo, se reconocerán mutuamente como hijos e hijas de Dios. Comprenderán que todos ellos reciben su fortaleza y perdón de la misma fuente: de Jesucristo, que fue crucificado por sus pecados. Saben que deben lavar sus mantos de carácter en la sangre de Cristo para ser aceptados por el Padre en su nombre, si desean estar en la brillante asamblea de los santos, revestidos con los blancos mantos de justicia.304

Puesto que los hijos de Dios son uno en Cristo, ¿cómo considera Jesús las castas, las distinciones sociales, el apartamiento del hombre de sus prójimos, debido al color, la raza, la posición, la riqueza, la cuna, o las prendas personales? El secreto de la unidad se halla en la igualdad de los creyentes en Cristo (Mensajes selectos, tomo 1, págs. 304, 305).

¿Desean una iglesia unida? ¡Yo sí! Hemos escuchado las palabras escritas por una mujer —una mujer— llamada, dotada y ordenada por Dios para este tiempo. Esto es lo que escribió, de nuevo: El secreto de la unidad se halla en la igualdad de los creyentes en Cristo.

Así que, quiero preguntar: ¿Qué hubiese pasado si Moisés hubiese esperado hasta que cada esclavo israelita hubiese estado de acuerdo en que Dios los llamaba a ser libres?

¿Qué hubiese pasado si David hubiese esperado a que toda la nación israelita estuviese lista para coronarle rey?

¿Qué hubiese pasado si Pablo hubiese esperado hasta que toda la iglesia estuviese de acuerdo en que la circuncisión no era necesaria ya más?

¿Qué hubiese pasado si Martín Lutero hubiese esperado hasta que todos los obispos estuviesen de acuerdo con él sobre la justificación por la fe?

¿Qué hubiese pasado si Abraham Lincoln hubiese esperado hasta que todos los estados estuviesen de acuerdo en que la esclavitud era injusta?

¿Qué hubiese pasado si John F. Kennedy hubiese esperado hasta que todos los estados del sur estuviesen de acuerdo en integrar las escuelas?

¿Qué hubiese pasado si, en 1888, Elena White hubiese esperado hasta que todos los líderes adventistas hubiesen estado de acuerdo en que justificación por la fe era una doctrina de importancia central?

Vez tras vez las iglesias y los gobiernos han tenido que hacer frente a tales situaciones. Vez tras vez, los valientes seguidores de Jesús se han puesto de parte de lo justo. El resultado no ha sido —y suplico que pongan atención a esto—, el resultado no ha sido la fragmentación de la iglesia sino su salvación.

Hoy, en la Unión del Pacífico de Adventistas del Séptimo Día, podemos avanzar por fe en el Dios de todas las naciones, razas, lenguas y pueblos; el Dios que llama y capacita a quien desea; el Dios que derramará su Espíritu en nuestros hijos e hijas; el Dios que no hace diferencia entre las personas.

Amén.