Los campbellitas y la hermana White
Por Gerry Chudleigh
El debate actual entre Adventistas del Séptimo Día en Norteamérica sobre el lugar de la mujer en el ministerio no es algo nuevo. Elena White contó dos historias, hace más de 100 años, que ilustran cómo los diferentes enfoques en la Biblia han influenciado en el debate.
Escribiendo en el Signs of the Times [Señales de los tiempos] del 24 de junio de 1889, Elena White compartió un recuerdo íntimo de su juventud:
«Cuando el Señor abrió las Escrituras a mi mente en mi juventud, dándome luz sobre las verdades de su palabra, salí a proclamar las preciosas nuevas de la salvación. Mi hermano me escribió, diciéndome, “te ruego que no avergüences a la familia. Haré cualquier cosa que me pidas si no sales a predicar”».
«¡Avergonzar la familia! —le contesté— ¡puedo ser una vergüenza para la familia si no salgo a predicar a Cristo y a este crucificado! Si me das todo el oro que pueda caber en tu casa no dejaría de dar mi testimonio por Dios. Respeto la compensación por el premio. No voy a guardar silencio porque cuando Dios me imparte su luz lo hace para que la reparta a los demás, según mi habilidad».
«¿No vinieron los sacerdotes y los dirigentes ante los discípulos y les ordenaron que dejasen de predicar en el nombre de Cristo? Echaron a los fieles en la prisión pero el ángel del Señor los libró para que pudiesen hablar las palabras de vida al pueblo. Esa es nuestra labor».
El hermano de Elena no fue el último en oponerse a que predicase. Después de hablar en un pequeño pueblo en el norte de California en 1880, compartió una carta con su esposo Jaime, con alguna información entre bastidores:
«El pastor Haskell habló por la tarde y su presentación fue bien recibida. Por la tarde, me enteré después, tuve la congregación más grande que se haya reunido en Arbuckle. El local estaba abarrotado. Muchos vinieron desde cinco a diez millas de distancia. El Señor me dio poder especial para hablar. La congregación escuchaba embelesada. Nadie salió del local aunque hablé por más de una hora. Antes de comenzar a hablar, el pastor Haskell tenía un [pedazo] de papel que le habían dado citando cierto texto prohibiendo a la mujer hablar en público. Se encargó del asunto de una manera breve y muy claramente expresó el sentido de las palabras del apóstol. Tengo entendido que era un cambelita [sic] quien escribió la objeción y había sido circulada [entre la audiencia] antes de llegar a la plataforma; pero el pastor Haskell lo explicó bien ante la gente» (Carta 17ª, 1 de abril de 1880; Manuscript Release, vol. 10, pág. 70).
Claramente Haskell y Elena White interpretaban la Biblia de una manera diferente a los campbellitas.[1] Los adventistas estaban en desacuerdo con Alexander Campbell (1788-1866) por lo menos en dos principios de interpretación:
Primero, Campbell —como Thomas, su padre— enseñaba que cualquier práctica religiosa no empleada claramente por la iglesia del Nuevo Testamento estaba prohibida en tiempos modernos. Los adventistas tomaron el enfoque opuesto, como señaló Jaime White en 1860: «Debería de ser empleado cualquier medio que, según el cuerdo juicio, adelante la causa de la verdad y no está prohibido por una declaración firme de las escrituras».
El contexto del comentario de White era si la iglesia debería de adquirir propiedades: «Se ha preguntado, ¿qué textos claros en las escrituras señalan que la iglesia puede obtener propiedades legalmente? A lo que respondemos, la Biblia no contiene ningún texto al respecto; tampoco señala que deberíamos de tener un periódico semanal, una prensa de imprimir de vapor, que deberíamos de publicar libros, construir lugares para adorar y enviar carpas. Jesús dijo, “dejad que vuestra luz brille sobre los hombres”, etc.; pero no nos da todos los detalles de cómo debe hacerse tal cosa. La iglesia tiene que seguir adelante en su gran labor, orando por dirección divina, obrando con los planes más eficientes para su realización» (Jaime White, Review and Herald, 26 de abril de 1860).
Ese principio de interpretación ilustraba perfectamente el uso (o desuso) de instrumentos musicales en las iglesias. Los campbellitas decían que no había ninguna evidencia de que hubiese instrumentos musicales en la iglesia del Nuevo Testamento, así que los cristianos no deberían de usarlos hoy en día; los adventistas decían que los instrumentos musicales no eran prohibidos en el Nuevo Testamento y eran útiles para hacer la obra de Dios, así que deberían de ser usados hoy en día.
El otro principio campbellita era que «la Biblia es un libro de hechos, no de opiniones, teorías, generalidades abstractas» (Alexander Campbell, The Christian System [El sistema cristiano], 2da edición, 1839, págs. 15-19).
Los campbellitas tendían a tomar la declaración: «las mujeres callen en las congregaciones» (1 Corintios 13:34a) como un hecho, pero «no hay Judío, ni Griego; no hay siervo, ni libre; no hay varón, ni hembra: porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3:28) como una «generalidad abstracta».
Esos dos principios de interpretación —hacer solamente lo que es ordenado específicamente en el Nuevo Testamento y poner atención a palabras concretas, no a principios abstractos— previnieron que Campbell se opusiera a la esclavitud durante la Guerra Civil Americana pero lo llevaba a oponerse a que hubiese mujeres que predicasen. Al mismo tiempo, los adventistas se oponían a la esclavitud y animaban a que las mujeres predicaran.
[1]Los cristianos que seguían las enseñanzas de Alexander Campbell odiaban que se les llamase “campbellitas” porque, decían, solamente seguían la Biblia no la interpretación de algún hombre.